La hora del desarrollo.
El desmantelamiento del Estado, su marcha hacia la reducción sistemática iniciada a finales de los 80’s por los carismáticos y por qué no, visionarios, Margaret Tatcher y Ronald Reagan, trajo consigo un apresurado crecimiento de las economías nacionales, pero a su vez acompañado de la despreocupación por los derechos laborales y económicos, así como el entorno natural, social y cultural.
La absoluta libertad para el flujo de capitales ha generado una situación de desigualdad. La riqueza se concentra en la minoría poderosa que dirige y dispone las reglas del juego. Este proceso ha llevado a aumentar el número de pobres en tan solo tres décadas, reduciendo a unos pocos los que ostentan la mayor riqueza.
Ante las respuestas de ciudadanos comunes y ante las cuestionantes de muchos expertos que observan lo absurdo de llevar adelante una economía excluyente en pos del crecimiento, como dogma económico, muchos responden con el cliché repetitivo de que “el desarrollo no se detiene”.
Sin dudas no queremos que se detenga el desarrollo económico de nuestro país, ni de ningún otro. Pero, ¿cuándo comienza ese desarrollo?, ¿qué es ese desarrollo del que hablan diversos actores políticos? Si buscamos un concepto de desarrollo, nos vendría a la mente la idea de un proceso en el cual evoluciona la economía de un país y llega a un nivel de crecimiento que tiene como consecuencia la elevación del nivel de vida general.
Si bien analizamos los procesos que inician con el neoliberalismo de Tatcher y Reagan y verificamos los resultados de los experimentos de este fenómeno en los distintos países latinoamericanos, podríamos fácilmente distinguir la ausencia de esa elevación del nivel de vida general.
Fruto de esto, las economías que transitaban por el camino del crecimiento intenso, bajo líneas políticas neoliberales han venido cayendo una por una y se ha generado una ola de sensibilización de los procesos económicos en toda América. Esos cuestionamientos no responden a otro interés que el de hacer valer el capital humano, que es, sin duda el mayor activo de cualquier economía y que los teóricos de la escuela neoliberal han querido desestimar.
Se requiere un Estado funcional que actue como regulador de los mercados y que posibilite una distribución de las riquezas más incluyente y democrática. Se necesita retomar los preceptos del desarrollo y añadir al crecimiento una dosis de sentido social. No estamos hablando de un Estado benefactor, hablamos de un Estado diligente, que cumpla su cometido de servir al ciudadano. Es decir, combinar el libre mercado con medidas incluyentes y redistributivas. El desarrollo contempla a los sectores pobres. La economía debe tomar en cuenta los factores social, cultural y ecológico. Hablemos de desarrollo. Acaba la hora de ese neoliberalismo al que el Santo Padre califica con valiente tino como capitalismo salvaje. Se acerca la hora social demócrata.
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