Tuesday, February 12, 2008

Que juzgue la historia

Hemos visto como la clase política dominicana ha buscado incesantemente ganarse los sectores dispersos que tras la desaparición física de los tres caudillos que polarizaron la vida pública en la segunda mitad del siglo XX, navegan sin rumbo en las aguas políticas dominicanas.
Así observamos como el aeropuerto de Las Américas fue nombrado José Francisco Peña Gómez, uno de los puentes sobre el río Ozama fue denominado Juan Bosch.

De igual manera en los últimos días han llovido las conmemoraciones “históricas” en honor al centenario del nacimiento del ex presidente Joaquín Balaguer. Hospitales con su nombre, actos de celebración en el Palacio Nacional, opiniones de ciudadanos connotados sobre sus ejecutorias, en fin, una serie de eventos que muestran cómo, desde el poder y la oposición amplios sectores veneran su figura como a la de una virgen.

Ante estos hechos, consideramos prudente llamar la atención sobre los mismos. No creemos que la clase política que le releva sea la que mejor juzgará el paso de los tres caudillos por la vida pública dominicana. Nuestros políticos, tratando de recoger simpatías han querido escudarse, y esto lo hemos repetido en muchas ocasiones, en las loas y tributos a líderes anteriormente admirados por amplios sectores.

Para establecer una visión objetiva del calibre y el peso histórico que puedan tener tanto Bosch, Balaguer como Peña Gómez, hace falta esperar cien años de sus muertes.
Sólo así, alejados de pasiones, de deudas y compromisos políticos con el pasado, se podrá brindar a la historia un balance real del valor de los caudillos.

Así se detendrán las loas, de mal o de buen gusto, por parte de políticos, religiosos e intelectuales beneficiados, que destacan un solo lado de la moneda.

El error de no esperar el tiempo requerido para, ajenos a las pasiones que generan y generaron sus figuras, evaluar en su justa dimensión el peso específico de estos grandes líderes puede desatar en un trauma político-institucional.

En la actualidad nos encontramos en un proceso de transición desde los liderazgos personalistas hacia la democracia funcional, donde las instituciones juegan el papel protagónico y los actores políticos no son más que catalizadores administrativos.
Hoy se hace necesario desprendernos de los referentes personales para continuar sembrando en la ciudadanía la cultura democrática y el apego institucional, ambas cosas seriamente debilitadas por el accionar de Balaguer, Bosch y Peña Gómez.

Las prácticas de los tres, producto del momento histórico en que les tocó vivir, retrasaron el proceso de avance institucional, establecieron el modelo clientelar y dieron continuación al personalismo del trujillato.

Traer a colación el análisis de sus figuras a menos de veinte años de sus muertes es desviar el curso que nuestra democracia ha de tomar, para capitalizarlo políticamente de manera irresponsable.

Los referentes de nuestra nueva democracia deben ser el pluralismo, el establecimiento de un proyecto de nación, el debate de ideas, el liderazgo colegiado, el afianzamiento y fortalecimiento institucional y la educación ciudadana, aspectos que brillaron por su ausencia en el accionar de los caudillos.

No creemos correcto sumergirnos ahora en debates estériles donde primarán las pasiones (amores y odios) hacia tres controversiales e importantes figuras de nuestra historia.
De hacerlo ahora, nos veremos luego en la necesidad de hacer rectificaciones históricas. Cerremos heridas. La historia juzgará.

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