Tuesday, February 12, 2008

Gestion ciudadana en politicas publicas

El proceso de afianzamiento institucional, que en nuestra opinión inicia en 1996 con el fin del monopolio de los tres caudillos de la segunda mitad del siglo XX, constituye sin dudas un gran avance en nuestro camino hacia la construcción de un Estado eficiente, que sirva al ciudadano respetando sus derechos y permitiéndole ejercer sus deberes con creatividad. Nos resta una tarea administrativa de grandes magnitudes, en la cual el papel del poder ciudadano es imprescindible.

Iniciamos la construcción de la zapata institucional para lograr una democracia ciudadana. La tarea pendiente constituye el aumento de la inversión pública en educación, el rediseño del sistema de partidos y la estimulación de vías alternas de reivindicación o gestión de derechos y necesidades. Es decir, la creación de condiciones para iniciar un proceso de articulación ciudadana, donde el lobby o “antesala del poder” sea un elemento político presente.

Fomentar y facilitar la formación de grupos de presión que empujen por determinadas motivaciones de la ciudadanía es una tarea de todo Estado democrático moderno. Asegura así su legitimidad y sitúa a los ciudadanos como entes activos en la sociedad al velar por sí mismos en los procesos que le afectan.

Muchos esperan de la sociedad civil un prototipo de iglesia laica, con objetivos santificados y salvadores. Quienes caen en este error le hacen un gran daño, tanto a los grupos de presión como a la democracia que con ellos se fortalece.

Lejos de ser maquinarias de producción de utopías, las organizaciones sociales sin fines de lucro son medios de gestión legítimos y saludables, en los cuales la ciudadanía se organiza para conseguir sus objetivos.

La idea de potenciar la organización ciudadana en grupos de presión viene a ser el complemento de ese proceso político de profundización democrática, que impulsaría reformas sin precedentes en las estructuras del Estado y la sociedad.

Hoy día, contamos como único recurso, con la voluntad de las autoridades electas para promover políticas públicas, lo que permite espacio a la inercia que muchas veces por falta de interés y otras veces por intereses de sobra, se apodera de muchos proyectos en nuestras estructuras estatales (el famoso engavetado).

El lobbying, nace en la Inglaterra del siglo XIX. Surge de las visitas de los ciudadanos a los pasillos del parlamento para presentar sus propuestas o problemas a los parlamentarios.
De igual manera, es tradición hace ya más de cien años en Estados Unidos, donde ha servido para la conquista de importantes derechos que van desde el voto femenino hasta la obtención de libertades religiosas, pasando por derechos laborales y diversas consecuciones económicas y sociales.

Incluir estos nuevos actores en el proceso legislativo y en la esperada Reforma Constitucional, sería un gran avance para la revolución democrática que proponen ciertos sectores de nuestra clase política.

El lobby, como actor político, se vale de las bases no partidarias (la famosa “masa silente”) que soportan o empujan por ciertas medidas para las cuales presionan por las vías legislativas y/o ejecutivas. Dicho elemento, extraño para nuestro devenir político tradicional, aportaría la armonía necesaria, entre el gobierno representativo y la participación ciudadana, para la generación de una profunda reforma estatal.

Promovamos la creación de vías procesales de canalización de inquietudes, intereses y derechos, que son, en definitiva, el verdadero componente de la ciudadanía y su objeto social. Aportemos a una reforma de la participación política para profundizar la democracia. El futuro de la política es la articulación ciudadana.

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