Tuesday, February 12, 2008

Para que no se olvide

El, autentico representante de la bajeza moral, sonreía a las cámaras mientras sentado en su trono recibía aquella gentuza que tanto despreciaba, de la que tanto se beneficiaba.
Su estampa de prócer figuraba en cada residencia, en cada poste negociado por las malas artes familiares, en cada oficina pública, en cada patio, en cada rincón de la sufrida tierra.
Los panfletos, como mensajes del Altísimo recorrían las calles y callejones ante la ignorancia del peor de los ciegos, el que no quería ver.
Su dedo acusador señalaba falsos traidores y dictaba sentencias en largos discursos. Disfrazaba su odio, su crueldad, su violencia, con aquel talante parsimonioso, templado.
Una bocanada de aire podía significar la muerte. Una visión inconforme, una lectura vedada, un pronunciamiento conflictivo, un movimiento en falso convertía la vida de cualquier ciudadano en un simple ensayo para la muerte.
La muerte lenta o violenta. La muerte cívica o física. La muerte aguda, sanguinaria, destrozaba familias e inundaba de llanto y amargura los hogares de cualquiera.
El oro, corruptor y corrompido, llenaba las arcas de los cómplices. La escoria embarraba las manos y conciencias de quienes servían en el fango, en el pantano.
Y su poder se acrecentaba y sus enemigos, que luego correrían a su encuentro, a mendigar migajas, conocían la muerte, el encierro, el garrote.
El Estado era una hacienda que servía sus intereses. Y el fango brotaba y la sangre corría. Y la gente, arrodillada, servía. Hoy, un homenaje putrefacto, póstumo, quiere buscar sitio en cada casa, en cada cabeza para dejar sentado el imperio del atraso, el otoño. Lo escribo para que no se olvide.

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