Tuesday, February 12, 2008

La turbulencia electorera

En ocasiones anteriores hemos expuesto nuestras consideraciones respecto a una necesaria planificación electoral. La misma se impone por factores diversos que pasan por el plano económico, la tranquilidad social y el interés político más allá de lo electoral. Se trata de la reorganización de la vida nacional en torno a un proyecto político ciudadano consensuado, que surja de un plan de desarrollo a largo plazo.

En el panorama político contemporáneo brillan por su ausencia las agendas programáticas, los planes gubernamentales y cuando hacen aparición son simples cartas de presentación proselitista, muy lejos de convertirse en compromisos.

La vida pública camina a tientas sin una guía de avance y los gobiernos se empeñan en continuar con las medidas parche y las improvisaciones. La palabra prioridad es devaluada a su mínima expresión por el accionar diario de quienes disponen las políticas públicas.

Los ejemplos de desarrollo más elaborados y cercanos a nuestra realidad, surgen del consenso entre los diferentes actores de la clase política y las demás fuerzas sociales. Pero para realizar los procesos políticos que observen como objeto el avance sostenido y planificado, se requiere de cierta distensión social, política e institucional. Esta tranquilidad es inalcanzable en los climas electorales.

La turbulencia de un proceso político-electoral, lo que en un país con las condiciones del nuestro significa una campaña, establece claras limitaciones a la gobernanza. Es decir, un plan de desarrollo es inconcebible entre sectores enfrentados, divididos y bastante ocupados en conseguir votantes en los lugares más recónditos. Somos testigos permanentes de dicha aseveración.

Los problemas de la ciudadanía pasan a un segundo plano para que fluya la cháchara, el marketing, la música, el bandereo, la cerveza. Más tarde vendrá el mano a mano, la fundita, la dádiva y demás métodos de la política tradicional que hoy se ve condicionada y limitada por unos actores con creatividad nula y con visión miope.

El Presidente no es el administrador, sino el protagonista de vallas, slogans, discursos de funcionarios, noticias. El opositor no es un catalizador de fuerzas con aspiraciones de poder que enfrenta las mal llevadas políticas públicas, sino un simple “jugador más valioso”. El ambiente político caldeado no permite que se piense en la ciudadanía más que como un mercado. Oferta y demanda fluyen en ese carnaval de negocios e intereses donde gane quien gane, pierden siempre los mismos.

La gente se levanta a sus labores y no encuentra transporte. Y los niños pidiendo en la calle aumentan sus potencialidades delictivas. Y la clase media subvenciona, con sus mágicos impuestos, las campañas políticas de quienes incumplen promesas, abandonan convicciones, decepcionan esperanzas. Y el poder económico juega ajedrez con nuestra soberanía popular.
Estas condiciones hiperelectoralistas son evitables. Podemos propiciar un clima de templanza en las diferentes fuerzas políticas para que la búsqueda del poder sea un compromiso con la construcción pública, la creación de mecanismos para el desarrollo y la profesionalización del gobierno.

Vemos la necesidad de una planificación electoral que abra espacio a la posibilidad de que los políticos se dediquen a gobernar y hacer oposición, para dejar de ser constantes proselitistas. Prolongar a seis años y unificar las elecciones podría ser el primer paso de una gran ola de cambios en lo público que se vean reflejados en la vida privada de la gente.

El tiempo de los elegidos, de peloteros, de galipotes políticos, de discursos huecos debe reducirse. En la lógica de la clase política tradicional, el desarrollo puede esperar, el país necesita campaña. No hace falta el diseño de políticas de Estado para la resolución de los problemas de la gente. No se requiere establecer acuerdos institucionales, el país puede esperar.

Requerimos hacer un alto y pensar en el futuro. Construir esquemas de negociación y avance para detener la turbulencia electorera. Manos a la obra.

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