Cambiar para que todo quede igual.
“Algo tiene que cambiar para que todo quede igual”. Así escribió Giovanni Lampedussa en su clásica novela El Gatopardo. De igual manera lo dicen muchos de nuestros actores políticos del presente. Lo hacen una y otra vez en el interior de sus organizaciones, en el Estado, en el Congreso... En los diferentes espacios de la arena política la máxima del ‘gatopardismo’ ha estado presente.
Es común recordar las viejas prácticas del ido a destiempo (muy tarde), Joaquín Balaguer, a la hora de solucionar problemas ajenos a sus intereses, la forma más fácil de “resolver” era crear una comisión para la solución de dicho asunto, de esta forma cambiaba para que nada cambiara.
Hoy vemos como los partidos políticos que han tenido mayor relevancia en la historia contemporánea aseguran presentarse a ofertas renovadoras con el objetivo de “cambiar”. Tras ese afán renovador existe una intención. No vemos en el discurso de ninguno una oferta de renovación profunda que implique el sentido místico-ideológico (si es que aún lo tienen), se propone sin más, un lavado de caras de las estructuras. Remozando las posiciones, cambiando actores para que jueguen el mismo papel no se contribuye al desarrollo democrático ni a la estabilidad de una organización, simplemente se crea expectativas que desembocan en la desesperanza de la población.
De igual manera, se propone una reforma constitucional que cambie en el texto de nuestra Carta Magna, algunas cuestiones y de paso introducir algunas propuestas no muy agradables. El país observa en silencio, mordiéndose los labios de rabia. Este episodio de nuestros días establece la clara visión de un Congreso integrado por personajes de credibilidad nula, con honrosas excepciones, que busca después de su asqueante participación en procesos ‘democraticidas’, hacer un mea culpa y buscar reivindicarse, con intenciones escondidas.
Así se generan liderazgos políticos que promueven un cambio retórico, sus discursos son tomados en cuenta por la ciudadanía, promueven lo que el país demanda, despiertan el espíritu del pueblo y lo utilizan en beneficio propio. De esta forma surgen los gobernantes que se escudan en un principio en doctrinas liberales y luego derriban sus propias plataformas, haciendo daño a sus compañeros de partido, como es el caso de Ulises Hereaux y otros casos más recientes.
En nuestro país se ha querido imponer la cultura de promover cambios en la sociedad que no pasan de ser prédicas, de esta manera generan descontento. Los políticos que son partícipes de esas formas no se dan cuenta del daño que hacen a su propia clase promoviendo la falta de esperanza y descrédito para la clase política en la población. El gatopardismo engendra una enfermedad social que impide el progreso: la desesperanza.
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