Leonel Fernández: ¿La última esperanza democrática?
En días pasados, mientras leíamos la prensa, vimos la opinión de un articulista que daba la razón al meritorio empresario de la comunicación y la comedia, Freddy Beras Goico, quien ha afirmado en múltiples ocasiones que Leonel Fernández es “la última esperanza que tenemos en cuanto a la eficacia del sistema democrático en nuestro país.” Quisimos aprovechar esta oportunidad para compartir con los lectores nuestra postura al respecto, tras considerar que nuestro admirado Freddy, hombre de trayectoria ejemplar en las luchas por el sistema democrático, se equivoca.
Es interesante la forma en que históricamente los actores políticos han capitalizado las situaciones de crisis para catapultarse como figuras mesiánicas, buscando representar “impulsos salvadores”. Es conocido por todos, jóvenes y no tan jóvenes, el caso de Joaquín Balaguer quien se erige como ‘el candidato de la paz’, la salvación de los dominicanos ante la amenaza del “comunismo ateo y disociador”. En 1966 se inaugura un período oscuro de nuestro frágil sistema político; en nombre de la democracia se violaron sus principios básicos, se vulneraron los derechos que le dan la naturaleza al sistema democrático.
El gran error de las democracias modernas, ha sido su desarrollo en ambientes personalistas, con caudillajes absurdos y preceptos destinistas. No hay cosa que haga más daño a un sistema que requiere de administradores, que identificar las “últimas esperanzas” en manos de hombres o mujeres. La democracia tiene trabas, serias dificultades en su desempeño. Es cierto que la democracia corre peligro, lo hemos sostenido en artículos anteriores. Hemos profesado en días pasados la necesidad, el ‘reto de ampliar la democracia” para corregir los problemas en la democracia y no con ella.; pero creemos más que nada que no es a base de impulsos personalistas ni rasgaduras desesperadas que vamos a salir airosos de los desafíos a que hacemos frente.
La última esperanza del sistema democrático está en que sepamos asumir los derechos y deberes que este trae consigo, la práctica de la ciudadanía, el afianzamiento de las instituciones, la profundización del Estado de Derecho, la creación de mecanismos institucionales que velen por la buena administración. Esto es, despersonalizar el gobierno, que cada día dependamos menos de esas “últimas esperanzas”, que con criterios gerenciales el Estado camine, sin importar quien trace las pautas administrativas y ejecutivas.
Desprendernos de los personalismos es un reto al que no podemos renunciar. Leonel Fernández ha demostrado ser una persona ecuánime, un hombre decente, ha gobernado de acuerdo a sus criterios y no le ha salido mal, aunque no estemos de acuerdo en muchas de sus disposiciones, ha dado tranquilidad al pueblo. Ahora bien, suponer que la permanencia de nuestro sistema democrático depende de la fragilidad, de la vulnerabilidad, de la realidad pasajera que representa una vida humana es decir a los dominicanos y dominicanas que nuestro proyecto de nación no es viable, es decir que más de nueve millones de personas dependen de un solo hombre, un juicio demagógico que borraría la sonrisa del rostro de cada dominicano.
Creemos en la necesidad de invertir en la descentralización de responsabilidades. Consideramos que la democracia dominicana va a afianzarse más allá de la persona que le administre o que dirija su administración. Es necesario superar el presidencialismo para salir del trance crítico que nos amenaza de fracasar en la empresa de ser un país mejor. La esperanza del sistema democrático dominicano reside en nosotros, los ciudadanos y ciudadanas que estamos dispuestos a sacrificar el yo y trabajar por el nosotros. Creemos, y sabemos que no estamos solos, que la juventud quiere un país de ideas y no de liderazgos personales.
Es interesante la forma en que históricamente los actores políticos han capitalizado las situaciones de crisis para catapultarse como figuras mesiánicas, buscando representar “impulsos salvadores”. Es conocido por todos, jóvenes y no tan jóvenes, el caso de Joaquín Balaguer quien se erige como ‘el candidato de la paz’, la salvación de los dominicanos ante la amenaza del “comunismo ateo y disociador”. En 1966 se inaugura un período oscuro de nuestro frágil sistema político; en nombre de la democracia se violaron sus principios básicos, se vulneraron los derechos que le dan la naturaleza al sistema democrático.
El gran error de las democracias modernas, ha sido su desarrollo en ambientes personalistas, con caudillajes absurdos y preceptos destinistas. No hay cosa que haga más daño a un sistema que requiere de administradores, que identificar las “últimas esperanzas” en manos de hombres o mujeres. La democracia tiene trabas, serias dificultades en su desempeño. Es cierto que la democracia corre peligro, lo hemos sostenido en artículos anteriores. Hemos profesado en días pasados la necesidad, el ‘reto de ampliar la democracia” para corregir los problemas en la democracia y no con ella.; pero creemos más que nada que no es a base de impulsos personalistas ni rasgaduras desesperadas que vamos a salir airosos de los desafíos a que hacemos frente.
La última esperanza del sistema democrático está en que sepamos asumir los derechos y deberes que este trae consigo, la práctica de la ciudadanía, el afianzamiento de las instituciones, la profundización del Estado de Derecho, la creación de mecanismos institucionales que velen por la buena administración. Esto es, despersonalizar el gobierno, que cada día dependamos menos de esas “últimas esperanzas”, que con criterios gerenciales el Estado camine, sin importar quien trace las pautas administrativas y ejecutivas.
Desprendernos de los personalismos es un reto al que no podemos renunciar. Leonel Fernández ha demostrado ser una persona ecuánime, un hombre decente, ha gobernado de acuerdo a sus criterios y no le ha salido mal, aunque no estemos de acuerdo en muchas de sus disposiciones, ha dado tranquilidad al pueblo. Ahora bien, suponer que la permanencia de nuestro sistema democrático depende de la fragilidad, de la vulnerabilidad, de la realidad pasajera que representa una vida humana es decir a los dominicanos y dominicanas que nuestro proyecto de nación no es viable, es decir que más de nueve millones de personas dependen de un solo hombre, un juicio demagógico que borraría la sonrisa del rostro de cada dominicano.
Creemos en la necesidad de invertir en la descentralización de responsabilidades. Consideramos que la democracia dominicana va a afianzarse más allá de la persona que le administre o que dirija su administración. Es necesario superar el presidencialismo para salir del trance crítico que nos amenaza de fracasar en la empresa de ser un país mejor. La esperanza del sistema democrático dominicano reside en nosotros, los ciudadanos y ciudadanas que estamos dispuestos a sacrificar el yo y trabajar por el nosotros. Creemos, y sabemos que no estamos solos, que la juventud quiere un país de ideas y no de liderazgos personales.
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