Tuesday, February 12, 2008

Mi heroe... inolvidable.

Su recuerdo permanece intacto en mi memoria. No hablo del recuerdo de su figura, modificada por los años hasta su mínima expresión. Hablo de la memoria imperecedera del abuelo recto y distanciado, pero a la vez cariñoso y ameno. Cuando le conocí ya peinaba muchas canas. No olvido su estampa intachable de buen gusto, siempre erguido, elegante, con el peinado perfecto, los bigotes recortados y los lentes de pasta sostenidos por sus enormes orejas.

Recuerdo sus cuentos surrealistas que entretuvieron a más de una docena de nietos, así como sus careos de historia y geografía, buscando despertar en su descendencia el germen de la sed de conocimiento e información que había en sí mismo. Sus horas de concentración en la biblioteca, escarbando en páginas e ideas reposan junto al recuerdo de mis juegos, bajo su supervisión cariñosa en aquel universo de libros y polvo, donde nació en mí, por inducción suya, el amor por las letras. El sonido de la máquina Olimpia, que golpeaba con dedos firmes para plasmar en el papel la obra que le sobrevive.

Recuerdo, cómo no hacerlo, su aviso corrector alusivo al cinturón de cuero de culebra, que establecía la norma en el comportamiento de los nietos numerosos e incontrolables que visitaban la casa. Sus expresiones de cariño para con la abuela, y su frecuente “pero corazón”, que desarmaba en cualquier discusión.

De niño, siempre lo observé colocándose un corcelete blanco que cubría todo su tronco, nunca imaginé de qué se trataba, hasta que mi curiosidad infantil fue satisfecha. Mi abuelo había estado en la cárcel durante seis largos y pesados meses. Su relación con el complot que culminara en la eliminación física del tirano Trujillo había dejado marcas en su cuerpo.

Las torturas y vejaciones recibidas le habían ocasionado la fractura de varias vértebras y costillas. Luego comprobé lo explicado, leyendo su libro “En las garras del terror”. Hermano de Miguel Ángel Báez Díaz y primo de Juan Tomás y Modesto Díaz, activos participantes en la conjura del 30 de mayo, mi abuelo Tomás había sido encomendado para el cuidado y preservación de toda la familia, una tarea de heroísmo que llevo a cabo con esmero y atenciones.
Don Tomás, como lo llamaban muchos, era historiador, diplomático y servidor público, un autodidacta completo. Su talante austero y sus cuentas, son muestra de su honradez en el paso por el servicio público, que alcanzó dimensiones de importancia al ocupar puestos como Síndico del Distrito Nacional, Sub-secretario de Estado de Obras Públicas y Relaciones Exteriories, Director de Migración, Director de la Biblioteca Nacional, Embajador ante la ONU, así como otros cargos diplomáticos en Uruguay, Brasil y Francia.

Su obra encierra interesantes aportes a la historiografía dominicana, entre los que se cuentan “Trilogía: la mujer aborigen, la mujer en la colonia y la mujer dominicana”, “Rubén Darío, poeta de América y de España”, “Núñez de Cáceres, reivindicación”, “Máximo Gómez, el libertador”, “Antología de escritores banilejos”, “En honor a los héroes y mártires”, “Quinto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo”, así como “Páginas selectas” y “Máximo Gómez: Episodios heroicos y sentimentales”.

Mi admiración por ese hombre que se levantaba temprano a hacer ruido con su máquina de escribir fue creciendo conmigo a medida que fui conociendo más sobre él y sus cosas. Leí sus libros, dibujé en múltiples ocasiones su rostro, me escurría a escondidas en su biblioteca para leer, sin permiso, lo que escribía. Me ponía sus zapatos y su ropa. Adoraba los fines de semana en que íbamos con él a “Rancho Conuco”, la parcela donde distraía su primera vejez sembrando frutales y criando animales. Yo escuchaba con atención sus conversaciones de adulto sobre historia o política con mi padre o mis tíos. Y así se formó en mí aquella percepción de mi abuelo, mi héroe.

Hoy, ya no está entre nosotros, su recuerdo presiona nuestro pecho al pensar que se ha ido tras una vida plena de 97 años de servicio y conducta incorruptible. Sus ideas y sus aportes sobreviven a su cuerpo. Su legado, será bien respaldado por su familia, porque es fruto de su ejemplo y accionar.

Hace unos días recibí un mensaje de un amigo que me expresaba su solidaridad y proyectaba unas palabras que yo no habría podido hilvanar mejor: “deseo que tus acciones se constituyan en el mejor tributo a la memoria de tu abuelo”.

Hoy, lleno de admiración y cariño por un padre ejemplar, abuelo singular y un hombre digno que parte para siempre, quiero rendir estas palabras en homenaje, para que el viento se las lleve a Tomás Báez Díaz, mi héroe, allá donde esté.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home