Un mes en la historia.
Septiembre para muchos es un mes más en el año, para otros tiene un valor increíble. Un olor a dignidad y decoro, a sangre ofrendada y derramada en defensa de la libertad. En septiembre cayeron dos promesas de la historia, se derribaron dos puertas que se abrían al progreso y al futuro. En 1963 y en 1973 se interrumpieron dos gloriosos procesos políticos en República Dominicana y en Chile, dos países muy distintos, pero muy unidos por un sentimiento de amor a la libertad.
El 25 de septiembre de 1963 se produjo un golpe de Estado que derribó el primer gobierno electo democráticamente en República Dominicana, tras la muerte del tirano Trujillo. Juan Bosch, un ciudadano consciente y respetuoso de las libertades públicas, como muy pocos de los que han pasado por el solio presidencial, fue derribado del poder por los sectores económicos más encumbrados y por qué no, más indolentes de su época. Se había producido un ciclo de huelgas espectaculares como respuesta a medidas progresistas que había tomado el gobierno central con el apoyo del Congreso, que beneficiaba a la mayoría y exigía sacrificios a la minoría rica y poderosa. Lo que podría ser catalogado el sueño de las clases medias y bajas dominicanas sólo duró siete meses de gestión y el PRD fue derrocado y sustituido por un gobierno de facto corrupto y asesino.
El 11 de septiembre de 1973, que no es el de las Torres Gemelas, se produjo un proceso parecido en la República de Chile. El primer gobierno de izquierda democrática que había elegido el pueblo chileno había sido acorralado en una secuela de protestas y paralizaciones. Las Fuerzas Armadas, encabezadas por Augusto Pinochet, quien luego protagonizaría una cruenta y despiadada dictadura, sembraron el terror y bombardearon la sede de gobierno, concretando el Golpe de Estado. El Presidente Salvador Allende, un médico de ideas avanzadas que había intentado darle un lugar digno a la clase trabajadora de Chile pagó con su vida la traición de sus oficiales, confabulados con la clase dominante. Así se inició La Caravana de la Muerte y con ella un largo período de asesinatos, violaciones y exilios bajo el mando de Pinochet Ugarte.
En septiembre, me gusta tentar la memoria de mi pueblo, de los jóvenes que convivimos una realidad que podría ser mucho mejor, si hubieramos tenido otro septiembre. Así mismo lo hacen los jóvenes progresistas de Chile, que reafirman su identidad y su alegría de que hoy tenemos las herramientas que no tuvieron nuestros grandes hombres para construir un país mejor. Septiembre duele, pero a la vez, con su nostalgia invita a seguir creyendo en la posibilidad de hacer un futuro más promisorio para nuestras sociedades. Hoy más que nunca esa llama esta prendida, esas luchas son nuestras luchas.
Juan Bosch y Salvador Allende fueron dos hombres honorables que fueron dignos del cargo que ostentaron. Su recuerdo debe inundar septiembre, porque ellos son el ejemplo de nuestra generación, en cualquier lugar del mundo. Invito a los lectores a estudiar estas dos figuras que sembraron un sueño de esperanza en el pueblo, que el odio y la corrupción convirtieron en pesadilla.
Quisiera destacar dos frases que nos dejaran como legado estos dos seres humanos excepcionales. Allende en sus últimas palabras transmitidas por radio decía: “Mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. Juan Bosch, en su Carta al Pueblo Dominicano, nos legaba lo siguiente: “Los hombres pueden caer, pero los principios no. Nosotros podemos caer, pero el pueblo no debe permitir que caiga la dignidad democrática.”
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