Cambiarla o perderla
República Dominicana, que atraviesa por la necesidad de definir su camino de transición a una democracia real, se ha enfrentado a los obstáculos y resistencias, que manifiestan al respecto tanto el sistema de partidos como quienes ejercen el poder en el país.
Lo importante en el tema es dejar claro y resolver los aspectos siguientes: cuánto va a durar esa resistencia; cuál va a ser el costo social; si existe alguna alternativa a mediano o largo plazo para evitar en lo futuro la repetición del actual clima socio-político; y qué y cómo aprovechar la creciente y dinámica participación de la sociedad civil.
Así la reflexión, el ejercicio y consolidación de la convivencia democrática en la República Dominicana contemporánea es cuestión de tiempo o aprendizaje; y si somos capaces de educar a los jóvenes de este siglo con los valores de la democracia, nuestro país podrá decir que contará con instituciones capaces de cumplir su rol y hacerlo con corrección.
En este marco es importante señalar que el sistema de partidos ha tenido que sortear muchas dificultades en su meta por ofrecer una cultura democrática a los ciudadanos, simpatizantes y militantes. Así como ésta, otras instituciones políticas y sociales del país enfrentan el gran reto: Educar para la ciudadanía.
Quizás el problema reside en los adultos que dirigen actualmente nuestro país. Los funcionarios y dirigentes nacionales presentan viejos vicios cuando abordan las interrogantes políticas y sociales.
Tantos años de práctica en los mismos comportamientos y formas de ejecución dan la apariencia, falsa, por cierto, de estar tan arraigadas en nuestro sistema político que ya son parte inherente del mismo. No hablamos de vicios que pudieran negarse en un proceso electoral con el arribo de otras autoridades. Hablamos de un consenso político-ciudadano que rediseñe las estructuras.
Para construir un Estado dominicano efectivo y próspero se requiere una estructura fuerte basada en mecanismos gerenciales, pero sobre todo en la inclusión como valor fundamental del consenso necesario para la democracia. Así, el camino hacia una convivencia cada vez más justa, requiere que los individuos que desarrollan y que construyen la sociedad, sean capaces de actuar y tomar decisiones con base en la tolerancia, diálogo, honestidad, fraternidad y congruencia, por mencionar sólo algunos de los valores democráticos.
La “realidad límite” que en la actualidad viven millones de dominicanos neutralizados y mediatizados por la pobreza y la más profunda desigualdad social, nos plantea la necesidad de realizar las correcciones pertinentes, es decir, una educación que inserte a los niños, futuros ciudadanos, en la dinámica democrática y los prepare para una convivencia más justa.
Es tan importante la educación para aplacar la natural resistencia que presentan nuestras estructuras que de ella se nutrirá todo el futuro, tanto económico y social, como político de nuestro país. Es decir, se nos presentan dos opciones: o cambiamos en equilibrio y libertad, modificando las estructuras desiguales e insertando ciudadanos en nuestra sociedad de habitantes, o cambiamos en la negación de las consecuciones que hemos logrado hasta hoy, por la torpeza de no ceder ante la inminente necesidad de una reingeniería social, que podría sin dudas ser aprovechada por algún oportunista vestido de redentor. La clase dirigente debe abrir los ojos ante esa realidad que nos pone a escoger, entre cambiar la democracia o perderla.
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