Democracia de autogestión
Hemos visto como en los últimos años, lo que para muchos era una actividad digna y de una extrema utilidad en el servicio social, hoy no es otra cosa que una lucha por la acumulación de poder sin más motivo que el poder mismo. Esto ha deformado el sentido real de la actividad pública y ha desvirtuado la visión del ciudadano sobre el quehacer político. Nuestro país transita un camino lleno de obstáculos y la clase dirigente parece estar ciega ante la necesidad de un cambio de rumbo, de formas y de medios.
No nos cansaremos de reivindicar la política como una tarea que dignifica, que engrandece el espíritu porque convierte el yo en nosotros y colectiviza la búsqueda individual. Creemos en la participación y en la construcción sustentada en el accionar público y la capacidad de la política para resolver los problemas de la gente, a pesar de los pesares. Por esto, consideramos necesario establecer los parámetros de participación del liderazgo de las generaciones jóvenes, herederas de la realidad que hoy nos golpea y que mañana será nuestro reto y compromiso.
Pero más allá de esa actividad política y por encima de la misma, está el ejercicio de la ciudadanía, su ausencia se ha notado en los procesos más importantes de nuestra vida pública. Hoy día vemos la apatía de una población que se siente lejos de la política y sus periferias. Esto es, una sociedad de habitantes, no ciudadanos. Cada día las encuestas reflejan el desgano y la desesperanza de quienes en teoría son arquitectos del destino nacional. La abstención en los últimos torneos electorales es sólo una muestra de ello, pero además de la función electoral, la ciudadanía, como ejercicio, exige acciones concretas de participación que han brillado por su ausencia en nuestro país.
Dicha escasez viene a ser sustituida por organizaciones de la “sociedad civil” que, si bien aportan al debate público, representan una franja minoritaria. Por esto, vemos como en las negociaciones con miras a una reforma fiscal, no fueron representados los sectores de la población a quienes más afecta la misma y se inicia la construcción de obras, no obstante la visible desaprobación por parte de aquellos que ponen y quitan las autoridades.
El “empoderamiento” de la ciudadanía es uno de los factores capitales de una democracia de autogestón y para esto se requiere, primero, inversión en educación y abrir las vías de acción pública. No son pocas las veces que escuchamos personas decir: “si no estás de acuerdo, postúlate y cámbialo”. No creemos que esa sea la mejor respuesta, pues la política es un ejercicio de vocación; sin embargo, la ciudadanía, como ejercicio, tiende a reclamar y fiscalizar la tarea del Estado para consigo misma.
A pesar de la debilidad institucional de ese mismo Estado y de las agrupaciones sociales y barriales, se observa un despertar en la población. Sin tener las vías de derecho para ejercerla, la ciudadanía va tomando su curso. Vemos organizaciones de base, barriales y comunitarias (juntas de vecino, deportivas, gremiales) que funcionan en la resolución de algunos asuntos, pero que padecen la enfermedad que afecta a todas las instituciones de nuestro país.
Dicha enfermedad surge del interés desenfrenado de los partidos políticos tradicionales en permear los organismos medios y de base de la sociedad civil, que deben ser los traductores del interés de la ciudadanía, los medios de presión para la solución de los problemas y la vía de conexión de las autoridades con la gente para el buen gobierno. Sin embargo, la partidocracia se ha organizado en la ciudadanía, neutralizando sus medios de control, expresión y movilización.
La nueva clase dirigente debe estar consciente de la necesaria división entre el servicio público, a través de los organismos del Estado y la lucha por llegar al gobierno y por otro lado, el poder ciudadano. Sólo así construiremos una democracia de autogestión, donde el político facilite el proceso natural de construcción social tendente al progreso y el ciudadano sea el protagonista de su propio desarrollo. Esto es posible, si renunciamos al poder por el poder y nos comprometemos con el poder por el deber.
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