Más no es igual a mejor
En nuestro país crece el descrédito hacia las instituciones políticas, la ciudadanía, cada vez más informada y más atenta a los procesos que le incumben, suele desentenderse de los factores que le atan al desarrollo institucional y obvian, con razón o sin ella, el papel que debe tener una organización política partidaria.
No podemos poner en duda que existe una fatiga creciente respecto a las formas tradicionales de representación y que la gente ya no confía en los dirigentes políticos porque prefieren expresar sus intereses de manera directa.
Sin embargo, esa facilidad de acceso que viene como resultado de la revolución de las comunicaciones ha sido sobredimensionada ante la necesidad de tener una clase dirigente que canalice las inquietudes de esa ciudadanía.
Es cierto que el ciudadano de hoy puede prescindir de los partidos para influir en la vida pública. Mas, en los procesos sociales y políticos no basta la influencia. Se requiere una suerte de recurso administrativo o vía de derecho para la consecución de determinados puntos en el camino de lo público.
Ahí entran los partidos políticos, que deben convertirse en mecanismos de ejecución de las inquietudes que los ciudadanos canalizan por otras vías, como son las juntas de vecinos, los grupos de presión, los gremios, entre otras formas de organización social.
Los debates televisados, tan vacíos y huecos, las turbias finanzas de muchos de los partidos y la patente influencia de los grupos en el seno de los mismos, llevan a la gente al hartazgo con la pretensión de no pocos políticos de creerse dueños de su curul y hacer y deshacer en nombre de sus propios intereses y despropósitos.
La gente está cansada de lo mismo y exige un cambio. Esa variación no debe ser una redundancia y mucho menos una caricatura populista. Los partidos políticos deben abocarse a una renovación profunda y dar apertura a nuevas fuerzas que ocupen los lugares que estos han abandonado en el terreno político.
Hablamos de una refundación del sistema de partidos, lo cual será posible en la medida que dejemos a un lado los mezquinos intereses que nada suman al proceso de desarrollo dominicano.
Estamos acostumbrados a escuchar de los partidos tradicionales, que han querido monopolizar el sistema político dominicano, el argumento débilmente sustentado de que dichos partidos son los mayoritarios y por eso deben tener el control de la cosa pública. Hoy, creemos que la ciudadanía ha alcanzado la madurez necesaria para entender que “más no es mejor”, que la fuerza de una estructura política reside en sus propuestas y no en su militancia, aunque la militancia proporcione la energía para ejecutar la fuerza.
Hacemos un llamado a la clase política para cualificar el ejercicio de la actividad pública. Mejorar no conlleva extender las militancias y parecer simpáticos. Profundicemos en el análisis de nuestras realidades partidarias y construyamos verdaderas alternativas de administración de las necesidades de nuestra gente. Movilicémonos!
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